miércoles, 30 de diciembre de 2009

ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN CRISTIANA




ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN CRISTIANA
ORA/QUE-ES:La oración no es un fenómeno exclusivo del cristianismo. Peregrinos occidentales se asombran al ver en tierra palestina o musulmana la importancia individual y social de la adoración o la imploración. Una emisión de televisión sobre la India presentó la ceremonia de la oración familiar y la importancia dada por la opinión pública a la contemplación de lo Absoluto. El arte da testimonio de que en el pasado, dentro de las más diversas religiones, siempre existió la oración; pensemos, por ejemplo, en la estatua del orante sumerio. La oración, pues, es un fenómeno humano muy extendido. De ahí, ¿debemos afirmar que la oración cristiana es una simple variante de la actitud universal de oración? O ¿convendría reconocer en ella cierta originalidad que haría vano el intento de compararla con otras formas de oración? Si optamos por la segunda alternativa, la enseñanza catequética estará obligada sobre todo a aclarar dicha originalidad antes de estudiar el fenómeno humano como tal. Por nuestra parte, precisaremos en qué sentido la oración cristiana es original y mostraremos posteriormente qué consecuencias tiene en el comportamiento diario, especialmente en relación con la acción. LA ORACIÓN CRISTIANA, COMUNIÓN CON EL DESEO DE DIOS SOBRE EL MUNDO La oración es el acto por el cual el iniciado de una religión expresa su unión con Dios. Si, pues, existe alguna originalidad en la oración cristiana, debemos encontrar su raíz en la originalidad de la religión cristiana. La originalidad de la oración cristiana es del mismo orden que la originalidad del cristianismo. Aunque debamos reconocer dicha originalidad, no rechazamos, sin embargo, la necesidad de un ámbito humano tanto de la religión como de la oración. Claro que éste último puede pensarse de maneras muy diversas: podemos percibir en él la intuición de una dimensión sacral de la existencia, el sentimiento de la profundidad de un reencuentro humano. Quizá este ámbito no es determinable a priori, y cambia según las culturas y mentalidades. Nuestro propósito no es verificar la continuidad entre cristianismo y religión; es manifestar lo que jamás puede definir, a priori, el ámbito humano en el cual se insertan el cristianismo y la oración que le es inmanente. Mi deseo es el de Dios Partamos de lo que parece más inmediato: la oración se presenta como una petición. «Señor, ten piedad», decimos. «Señor, acuérdate de quienes tienen hambre», gritamos. «Señor, perdona mi pecado», confesamos. La petición en la oración es tan amplia como la gama de necesidades y deseos humanos. Abarca la urgencia sensible y social: aprobar un examen, curarse, que no llegue un posible accidente; se preocupa por las causas más universales y la venida del Reino: «Venga tu Reino», decimos en el Padrenuestro. La oración puede no ser más que un grito de dolor; puede ser la admiración de un místico. Orar es creer que alguien escucha. Pero el Dios que escucha podemos imaginarlo como un simple suplemento de poder necesario para satisfacer un deseo o, como el ser amado en quien se alegra el corazón. Puede ser aquel a quien obligamos nos oiga, o aquel que, incluso antes de nuestra petición, adivina -porque nos quiere-lo que necesitamos. Orar es reconocer que hay un deseo que ninguna comunidad humana puede satisfacer, sea la obtención de algún bien o la falta de dicha y de belleza. La oración en común subraya este aspecto: la solidaridad humana no puede llenar todo, cualquiera sea la realidad concreta que contenga ese todo. El niño aprende a relativizar el poder paternal en la petición dirigida a Dios, a condición de que la oración no sea la expresión de la omnipotencia infantil del deseo. Esta rápida descripción invita a reconocer una extraordinaria diversidad de actitudes y de contenidos en la oración. Las formas no son equivalentes, tienen mayor o menor autenticidad: no podemos medir de la misma forma la oración, que es requerimiento de la omnipotencia divina en provecho de la satisfacción de mi deseo, y la «descentración» con respecto a mi proyecto individual, realizada por el designio de Dios: «Que se haga tu voluntad». La oración no cristiana no es necesariamente un requerir la omnipotencia divina al servicio de mi propia satisfacción. La oración no cristiana es a veces admiración de Dios, comunión con su alegría. La mística musulmana, por ejemplo, tiene una altísima calidad religiosa: el orante se aparta de la satisfacción para entrar en otro orden, el del deseo, en el sentido en que Bachelard lo distingue de la necesidad. Dios colma entonces este deseo, saca al hombre de su finitud, lo hace participar de su vida. La oración es desde entonces un salir de sí mismo, sigue un proceso idéntico al del amor: el amor sólo hace más feliz en la medida en que el amante se entrega. Sería deshonesto pretender que únicamente la oración cristiana se eleva a esta altura. Su originalidad es de otro orden, no hay que buscarla en una mayor pureza, sino en otra significación. En el ámbito cristiano, muchas oraciones no alcanzan la pureza de las oraciones no cristianas: Dios es el que realiza con su poder con lo que mi poder no puede lograr. Pero esta oración, aunque impura, puede ser cristiana si se inscribe en una petición que implica: «venga tu Reino». Sólo dentro de una lenta pedagogía el cristiano pronuncia la oración de Jesús: «No mi voluntad, sino la tuya.» ORA/RD: Pedir la venida del Reino define la originalidad cristiana de la oración. Esta idea, que puede parecer banal, es no obstante muy difícil de vivir concretamente; no surge naturalmente, exige una dura purificación de la relación con Dios. Veamos primero cómo esta modalidad de la oración cristiana tiene su raíz en la Biblia. Fuentes bíblicas de la oración cristiana La Biblia relata un gran número de oraciones, las de testigos auténticos de la fe, y por eso tienen aún significación para nosotros. Estas oraciones tienen casi el mismo esquema: son llamamiento de Dios a Dios. Se inscriben en el interior de un plan divino, se apoyan en un acontecimiento en el cual Dios ha manifestado su benevolencia o su misericordia en vistas a un porvenir que ha de comenzar. El mejor ejemplo que podríamos citar en este esquema es la oración de Moisés relatada por /Ex/32/11ss. «¿Por qué, Yahvé, te llenas de cólera contra tu pueblo, el que Tú sacaste de Egipto cuando extendiste tu brazo señalando con mano poderosa? ¿Para que los egipcios digan: "para mal les ha hecho salir, para hacerlos perder en las montañas y borrarlos de la tierra"? Cambia tu cólera ardiente y cesa de descargar la ira sobre tu pueblo. Acuérdate de Abraham, Isaac e Israel, tus servidores, a quienes declaraste y juraste: volveré vuestra posteridad tan numerosa como las estrellas del cielo y todo el país del que os hablé se lo daré a vuestros descendientes y será para siempre herencia suya.» El texto es claro. Moisés recuerda a Dios la promesa que ha hecho y que no puede peligrar por la debilidad del pueblo. Que Dios, pues, cumpla su promesa y que en virtud de ella perdone. Así, la oración es un llamamiento de Dios a Dios; compromete a Moisés y los profetas en una especie de drama, el del pecado del pueblo que acarrean el silencio y la cólera de Dios. Dios, en efecto, se ha mostrado bueno y misericordioso en los precedentes acontecimientos, ha jurado cumplir una promesa que es la felicidad para el pueblo elegido; pero he aquí que la experiencia niega la promesa contenida en el acontecimiento revelador; todo se conjuga para confirmar esa nulidad; al final no parece más que una vana palabra; Dios se aparta, olvida lo que ha dicho y hecho. Moisés y los profetas, como Abraham con Sodoma, se convierten en intercesores: que Dios sea, pues, fiel a sí mismo, que lleve hasta el fin lo que emprendió, que venga su Reino y no la desgracia y la venganza. La oración bíblica, considerada desde esta perspectiva, es la expresión humana del deseo de Dios. El hombre toma entonces en serio la voluntad indicada por Dios de hacer madurar la historia individual o colectiva para el Reino. La oración da expresión al movimiento que es el del mismo corazón de Dios. La oración cristiana y las otras Ahora podemos señalar la diferencia entre la oración cristiana y las oraciones más puras nacidas en terreno no cristiano. En uno y otro caso, quien ora sale de sí mismo, del campo restringido de sus preocupaciones; el místico no cristiano se esfuerza en comunicarse con la Alegría de lo Absoluto, el cristiano entra por la oración en el deseo de Dios sobre el hombre, deseo explicitado en la promesa evangélica. La descentración con relación a sí mismo, se realiza por la inserción activa en un dinamismo orientado hacia el establecimiento del Reino: que venga tu reino. La oración no me transporta a un mundo que no es el de aquí abajo, con el fin de gozar prematuramente de lo Absoluto; asimila mi voluntad a la de Dios, me inclina a hacer mío el sentido de su promesa y a traducirla en categorías de aquí abajo. La oración cristiana exige un ámbito que es de esperanza; es ciertamente un llamamiento de Dios a Dios y que tiene como fundamento su designio revelado. La oración como aspecto humano del deseo de Dios revelado por JesucristoPodríamos temer que esta manera de describir la oración cristiana la centre en el aspecto de petición, en detrimento del aspecto más gratuito de descanso, de mirada puesta en Aquel que se ama. En realidad, la petición presupone la familiaridad, la amistad, la confianza. Moisés habló a Dios como un amigo con su amigo. El cristiano llama a Dios «Padre». La petición, atrevida a veces, se funda en la fe: el Dios a quien me dirijo es aquel que se revela en la misericordia y el amor, es el Padre en el sentido evangélico de la palabra, es decir, que suscita la libertad creadora del hombre al mismo tiempo que ama a cada uno de manera singular; de ningún modo es un administrador o un burócrata director de masas, un Dios para quien, según palabras de ·Dostoievski, el orden del Universo sería más importante que las lágrimas de un niño; un Dios que habría muerto en Jesucristo para restablecer el orden, como decía hace poco un cardenal italiano a unos obreros. Dios no ama en general; llama a cada uno por su nombre, y sobre la base de esta vocación, cada uno puede nombrar a Dios como su Dios. También el fundamento de la oración cristiana es siempre el llamamiento de Dios Padre. En Jesús, Dios nos revela plenamente lo que El es. No tenemos una idea a priori de Dios; únicamente a partir de su rostro humano podemos deducir que existe, y entrar entonces en la promesa de la donación del Espíritu, que es la primicia del cumplimiento. La oración es el aspecto humano del deseo de Dios. Dios es tan amigo del hombre que su deseo es el mismo del hombre, y por eso el hombre puede hacer suyo el deseo de Dios: Jesús es testigo de ello. La preocupación por el Reino, tema esencial de la oración de Jesús Basta en nuestro caso, para reafirmar esta perspectiva, recordar algunos textos evangélicos. A propósito de la eficacia de la oración, Jesús toma el ejemplo de los padres humanos que acceden al pedido de sus hijos. Con mayor razón, Dios, que es el Padre, pues «si ustedes son malos saben dar cosas buenas a los hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan» (Lc 14, 13). El Padre da precisamente lo que es objeto de la promesa, el Espíritu. Podemos pedir a Dios este don, porque El nos ha permitido llamarlo por su nombre. Creer en la verdad de este nombre es ya obtener lo pedido: «Todo lo que pidan en la oración llena de fe lo obtendrán» (Mt 21, 22). Orar en la fe es pronunciar auténticamente el nombre del Padre, es entrar en su proyecto, es hacer del Reino mi preocupación fundamental: «Si conocieses el don de Dios, dice Jesús a la Samaritana, y quién es el que te dice: dame de beber, serías tú quien le hubiese pedido y él te habría dado el agua viva» (Jn 4, 10). Jesús, como en el caso ya citado de la perícopa de Lucas sobre la eficacia de la oración, desplaza el interés de la petición: en el primer caso se trata de obtener el Espíritu Santo; en el segundo, el agua viva, símbolo del Espíritu. El objeto de la petición es el objeto mismo de la promesa. La oración cristiana alcanza su pureza bíblica o evangélica cuando el hombre entra en el designio de Dios de completar lo que después de Abraham prometió a los hombres. La oración de Jesús entra también en este esquema. Es, por tanto, más importante mencionarla, puesto que es normativa. Si es verdad que la oración es el rostro humano del deseo de Dios, ¿quién podría mejor que nadie expresar humanamente este deseo sino el Hijo encarnado? El contenido de la oración de Jesús es el Reino, brevemente su «misión», es decir, la tarea que ha venido a llevar a cabo. Esta intención de Jesús y la forma que confiere a su oración son plenamente transparentes en el episodio de la tentación. Claro que este texto lo expresa negativamente, pero nos parece, junto con el de la agonía, el que mejor precisa la originalidad de la oración de Cristo y, en consecuencia, de la oración cristiana. J/TENTACIONES:¿Qué vemos en el episodio literario de la tentación? Jesús renuncia a utilizar la omnipotencia, que se supone suya en virtud de su filiación divina, para realizar un deseo que no está de acuerdo con la instauración del Reino, y, por tanto, con la voluntad de Dios. Cambiar las piedras en pan, arrojarse de una torre, asumir el poder político, era renunciar a la tarea de servidor descrita en Isaías. La voluntad de Dios no es algo que puede aparecer en un despliegue de omnipotencia, sino en lo que tiene de más fundamental: reciprocidad de amor. Jesús siente todo el peso de esta misión. Es fiel, pero tropieza con las facciones fariseas y saduceas, con la debilidad del pueblo, con su incultura. Su fidelidad lo conduce a un callejón sin salida: «Padre, si es posible, que este cáliz se aleje de mí, pero que se haga tu voluntad.» La petición es el grito del hombre acosado, la muerte es inevitable si Dios no interviene, el justo es el abandonado, y Jesús lo dirá en la Cruz. Pero la intervención de la omnipotencia es la negación de la humanidad de Dios, es contraria al proyecto de Dios de cumplir el sentido de su Reino a partir del hombre, no dentro de un más allá sagrado, sino en lo cotidiano. Jesús está desgarrado entre el dolor del hombre impotente ante los acontecimientos, y la fidelidad del Servidor, del Profeta o del Justo que sabe que una intervención poderosa no cambiaría en nada la maldad y la ignorancia que lo condujeron a esa situación. Su oración es fe en Dios, es hacer suyo el dinamismo del Reino y su sentido, a pesar de la oscuridad concreta de su porvenir. Jesús rechaza tentar a Dios, obligarlo a manifestar su poder para colmar su necesidad de vida; eleva, por el contrario, su deseo al plano de la promesa. El Reino madura en este mundo ORA/COMPROMISO: La oración de Jesús es normativa. Abandona su deseo más legítimo: salvarse de la muerte, para quedarse solamente con el deseo del advenimiento del Reino. La oración lo arranca de su propia preocupación para introducirlo en otra: la preocupación de Dios; la oración nos eleva por encima de nuestra propia preocupación, haciendo nuestra la preocupación por el Reino. Pero no nos equivoquemos: comulgar con la preocupación de Dios no es quedarse indiferente ante las preocupaciones del mundo. La preocupación de Dios es precisamente preocupación por el mundo. Era más humano que el hombre Jesús fuese fiel a su tarea y muriese a causa de su fidelidad, que intervenir con su poder y arbitrariamente cambiar el curso de los acontecimientos. Es en este mundo donde el Reino madura, es el hombre quien con el dinamismo del Espíritu lo construye, pero lo construye humanamente, es decir, en las condiciones precarias que tenemos, en medio del pecado, de la ignorancia y frente a la muerte. A partir de ahí es posible precisar la originalidad de la oración cristiana; concuerda con la del cristianismo, cuya esencia es confesar la inserción de Dios dentro de nuestra historia, a fin de realizar en ella su promesa. La oración es el acto por el cual comulgamos con el deseo de Dios sobre el mundo y nos integramos al dinamismo del Espíritu. En ella el hombre aprende a superar la satisfacción de su necesidad particular para acceder a la profundidad de un deseo que únicamente la revelación de Jesucristo saca a la luz. Para una pedagogía de la oración Esta perspectiva tiene sus consecuencias pedagógicas. La realización de sí mismo no en el orden de satisfacer únicamente mi necesidad, sino de descentralización, es decir, participando en la universalidad de un proyecto, está ligada en parte a la educación de la oración. Dios no escucha cualquier petición, no es un padre omnipotente que suple la debilidad de sus hijos y les otorga lo que ellos no pueden alcanzar por sí mismos; no es el sustituto de la omnipotencia infantil del deseo. La oración enseña a renunciar a esa omnipotencia, es decir, a renunciar al falso infinito de la necesidad para entrar en otro infinito, el del amor, del que Cristo es testigo, es decir, en un proyecto de solidaridad universal en el cual somos los cooperadores de Dios. Este proyecto el hombre no lo hace suyo espontáneamente ni acepta, naturalmente, que su realización personal pase por la de la humanidad entera. El advenimiento del Reino sólo significa esto: lo que define mi destino más personal en lo que concierne también a la humanidad entera. Pedir a Dios que venga su reino es abrirnos concretamente a esta orientación, es hacer nuestro el movimiento del Espíritu, es concordar con la exigencia que la promesa divina inserta en nuestra historia. La oración cristiana, aun la más personal, es, pues, siempre una oración comunitaria. El dogma, frecuentemente mal comprendido, de la «comunión de los santos» lo significa simbólicamente. La pedagogía de la oración me enseña a salir de mí mismo no para sacrificarme a una realidad exterior o a una sociedad extrínseca, sino para realizarme por el otro y con el otro, que son las categorías de nuestro yo y el camino del reconocimiento de Dios. La oración, sin el ejercicio concreto del salir de sí mismo que es la acción, sería ruido inútil de palabras. Por ello no parece posible subrayar su originalidad cristiana sin indicar su unión particular con la acción. Esto nos permite además hacer algunas observaciones más prácticas sobre la catequesis o la pedagogía de la oración. LA ORACIÓN CRISTIANA Y EL COMPORTAMIENTO DE LOS HOMBRES Orar es pedir a Dios entrar en su preocupación por el mundo. «No son quienes dicen Señor, Señor, los que entran en el Reino de los Cielos, sino quienes hacen la voluntad de mi Padre», dice Jesús. Entrar efectivamente en la preocupación de Dios es conducir el mundo de las tinieblas a la luz. El hombre, en la oración, dilata su corazón a la dimensión del deseo de Dios. Esta comunión con la preocupación de Dios sería mera palabrería si no tradujese en las categorías de nuestro mundo los imperativos o exigencias del Reino, esencialmente la superación de la necesidad particular para entrar en el orden del deseo universal de solidaridad, forma concreta del reconocimiento de Dios Padre, Hijo, Espíritu. La acción, dentro de esta perspectiva, es la verificación de la autenticidad de la oración. Para el cristiano, la oración no es verdadera sino por su efectividad, su traducción en las categorías de nuestra historia. Más allá de la particularidad de la necesidad personal Constantemente la oración, como ya hemos dicho, corre el peligro de caer en una actitud mágica o infantil: reducir a Dios a ser el sustituto de la omnipotencia infantil de nuestro «deseo». La oración auténtica nunca es el acto por el que el creyente disfraza su insuficiencia rehusando reconocerla. Al contrario, haciendo acceder al hombre al proyecto universal de Dios, le exige que realice, en la medida de lo posible, ese proyecto. Modela, pues, al hombre sobre el dinamismo del Espíritu y lo interpela para una verificación concreta de la promesa que se ha de realizar. La oración no está, pues, separada de la cooperación de los hombres al advenimiento del Reino. Eleva al hombre por encima de la particularidad de su necesidad para incitarlo a realizar concretamente y con humor (puesto que el Reino no depende solamente de mi acción) la universalidad de la promesa. La oración cristiana no es evasión ORA/EVASION Muchos hombres comprometidos en la acción, especialmente sindical y política, no participan mucho de esta opinión. Frecuentemente la oración les parece más bien una excusa. Así, cuando la Iglesia pide oraciones por la paz en Vietnam, algunos piensan que en el fondo eso los dispensa de tomar partido. Imploramos a Dios que destierre la violencia «venga de donde venga», absteniéndonos de emitir un juicio sobre la situación, porque la complicación de las realidades políticas no nos permiten conocerlas con objetividad. La oración es entonces la única acción posible en un tiempo dominado por la impotencia de los hombres para realizar lo que desea la mayoría: la paz. Lejos de ponernos en acción, aparta de la historia, hace peligrar la responsabilidad. No sirve de mucho llegar a una oración tan universal como la de la paz. Pero, además, la mayor parte de nuestras oraciones nos apartan de la acción colectiva y responsable, están ligadas a necesidades que no superan el ambiente doméstico. Así vemos cómo se enfervorizan en la oración, asistiendo continuamente a novenas y peregrinaciones, devorando sin saciarse jamás nuevas fórmulas, personas que no se ocupan de nada. Lo que les apasiona no es el advenimiento del Reino en las categorías humanas, sufren un hambre tan feroz de lo «sagrado» que los paraliza. Olvidan que Cristo había recomendado: «En vuestras oraciones, no charléis como los paganos: se imaginan que hablando mucho se harán oír mejor. No hagáis como ellos, pues vuestro Padre sabe bien lo que necesitáis antes de que se lo pidáis» (/Mt/06/07-08). A veces oímos expresar el pensamiento así: no hay tiempo para orar, hay demasiados compromisos políticos o sindicales. Sin duda, sería ingenuo negar la diversidad de ritmos que afectan la vida humana. Pero lo que cuestiona la opinión común es el posible acuerdo entre oración y acción: cuanto más humana es la acción, más unifica el ser. más pasión y espíritu es; cuanto más pesa sobre la historia, menos lugar tiene para la oración. Requeriría una santa -como alguien la llamó- indiferencia. Estar inmerso en las pasiones que agitan a la colectividad, sean técnicas, artísticas, científicas, sindicales o políticas, es hacerse poco a poco extraño a la oración. Los que frecuentan las iglesias de ningún modo son los hombres en plenitud de sus fuerzas, sino niños, mujeres y viejos. De ahí podríamos deducir alguna teoría sobre la oración y afirmar que la única desgracia del hombre es que no puede quedarse quieto dentro de un cuarto. Nos parece, al contrario, que la originalidad de la oración cristiana es la de unir indestructiblemente acción y oración, pues si ésta concuerda con el dinamismo de Dios, exige desplegarse en una visibilidad humana. La enseñanza de Jesús Cristo lo expresa claramente: «Cuando presentes tu ofrenda ante el altar, si te acuerdas de que tu hermano tiene algo grave contra ti deja tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con él; luego puedes venir y presentar entonces tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). La oración enseñada por Jesús establece la misma equivalencia entre nuestra acción y nuestra petición: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.» La oración no debería ser una excusa. Al contrario, da lugar a la acción, asignándole un horizonte consistente en el proyecto evangélico mismo, la reconciliación. La reconciliación con Dios no existe si no es reconciliación con los hombres. La acción verifica la autenticidad de la oración, la oración revela la profundidad cristiana de la acción. Forman lo que pomposamente podríamos llamar «un matrimonio dialéctico». Descubrimos el sentido de una y otra sólo en virtud de su relación con el polo opuesto. En la oración hacemos nuestro el deseo de Dios; en la acción nos convertimos en sus cooperadores. Dios de ningún modo nos ha llamado al infantilismo y a la esclavitud, sino a la libertad y a la responsabilidad. Dios irrumpió en nuestra condición humana para hacer retroceder cualquier forma de destino; en Jesucristo incluso venció lo irremediable de la muerte. Así creó un espacio libre para la acción del hombre. Nos convertimos en imitadores de Dios en Cristo, en la medida en que hacemos retroceder lo que toma forma de destino. La pedagogía de la oración debería, pues, estar ligada a una pedagogía de la acción: transcribir a niveles de consistencia y autonomía diversos lo que constituye la universal intención del Reino. No hay acción cristiana, porque toda acción humana que libera del más mínimo destino, que hace acceder a la libertad, es objetivamente acción cristiana.Dar una identidad visible a la oración ORA/ALIENACIONUna encuesta realizada en un pueblo del oeste de Francia reveló que la casi totalidad de los interrogados no veían ninguna relación entre una vida real, diaria, moral, como la suya, y la religión. Lo que les parecía esencial en su vida no tenía ninguna relación tal como ellos la veían. La forma visible de la religión no es, pues, para muchos el lugar de lo incondicional, es decir, el lugar último, lo que consideramos el lugar de la conciencia de una relación con lo Absoluto. Nos preguntamos sobre las razones de la desafección actual ante la oración, y especialmente ante la oración litúrgica. ¿No será quizá consecuencia de la incapacidad de la Iglesia para encontrar una expresión visible de lo que buscan con su oración? ¿No estaremos, en el plano de la oración, ante el mismo fenómenos que tenemos en el plano de lo Incondicional? La religión oficial ya no es para la mayoría de nuestros contemporáneos la forma visible de la decisión en pro del Absoluto, no es el lugar de la lectura de tal decisión. Como la religión, la oración se convierte en una ocupación sin maldad, pero también sin interés. No puede tener ninguna significación para un hombre deseoso de tomar en serio su existencia personal y social. Verá en ella una de las formas que justifican el irrealismo y la inconsecuencia de las decisiones eclesiásticas. Unos monjes compran por dos millones de dólares un inmenso parque y construyen una imponente abadía. Un sacerdote de los alrededores interroga al responsable de ese gasto, esperando que semejante desembolso serviría para alguien más: abrir el parque a los habitantes del vecindario, preparar un lugar para los grupos que quieren reflexionar. Respuesta asombrosa: «Hacemos este desembolso para preservar nuestra soledad y nuestra oración.» Para vivir la «pobreza llamada evangélica», la oración solitaria, hay que ser inmensamente rico; es un lujo aristocrático. En un orden feudal, ese inmenso dominio rendía un servicio público; en una economía capitalista, quizá es una de las formas de explotación. Querer salvaguardar la oración contemplativa con semejantes medios es privarla de su aspecto visible. Serían muchísimos los ejemplos de este desconocimiento de la relación dialéctica entre oración y acción. Con todos los matices necesarios podríamos interrogarnos sobre la misma liturgia. ¿No favorece también, con demasiada frecuencia, ese mismo desconocimiento? En la liturgia cantamos acontecimientos irremediablemente pasados: Yahvé realizando maravillas bélicas en favor de Israel. Dios ha actuado. Pero ¿actúa todavía? Oramos por todas las grandes causas, pero de tal manera que puedan concordar opciones contradictorias. Celebramos la reconciliación fraternal en la comida eucarística, pero de tal manera que el símbolo realizado no trastoca las enemistades objetivas. La oración abre campo para un posible acción, ya que el contenido de la promesa no termina nunca de llegar, pero este campo es frecuentemente tan abstracto que la unión dialéctica entre oración y acción se evapora. Ser honesto en la oración Sin embargo, esta unión debe aparecer siempre. La acción es la concreción del «deseo», la oración es su infinito. La oración es algo inerte si no se le da un rostro determinado; el deseo, algo vacío si no se convierte en real. Pero el dinamismo de la acción, cuya medida es la oración, no se agota jamás en lo finito. La oración atestigua esa renovación y proporciona a la acción el horizonte que necesita para no recaer en lo inerte. Entrar en el deseo de Dios a través de la oración no es, de ningún modo, pensar que yo realizo una acción infinita, es decidirme por la larga paciencia de las acciones finitas, las únicas que evocan el Reino que viene. La honestidad es así la primera exigencia de la oración cristiana. Toda oración que hace nuestro, individual o colectivamente, el deseo de Dios, reclama una acción proporcionada. Celebrar la fraternidad en la Eucaristía es transcribir el sentido de esa comida en la realidad no simbólica, en el lugar donde se celebra en esa situación particular. Orar por la paz, supone que dentro de la situación particular donde esta oración es celebrada se realiza una acción efectiva que instaura la paz. Oramos por los países subdesarrollados, por los viejos, por los enfermos. Nombramos mil realidades concretas. Lo que decimos supera en mucho lo que hacemos. Esa misma abundancia nos cansa. Quizá sería mejor callar todo lo que sabemos; son para nosotros sólo puras palabras. Quizá sea hoy la sobriedad la única forma de oración posible, en razón de la humildad de las realizaciones eclesiales. Hemos olvidado las cosas más elementales. Cantamos: «Alegrémonos en el Señor», pero no sabemos ser felices. Una joven mamá afirmó en una reunión que sólo encontraba a Dios cuando era feliz. Los presentes se escandalizaron y la trataron de hereje. Dios, decían ellas, sólo se encuentra en el sufrimiento y en la cruz. Olvidaban que Jesús había gritado en la cruz: «Dios mío, ¿por qué me abandonaste?» Cosas tan simples como la alegría humana no parecen ser ya un indicativo de Dios, y nos alegramos litúrgicamente en Dios. ¿Qué puede significar una liturgia que no retoma un sentido vivido en lo cotidiano? Surgen cuestiones más complejas. Cuando la oración es privada o personal es relativamente sencillo que esté acompañada por una acción proporcionada. Implorar a Dios para ser menos egoísta es encaminarse a una actitud más comprensiva hacia el otro, es esforzarse por salir de sí mismo. En el caso contrario, la oración no sería más que puro verbalismo. La oración comunitaria plantea problemas más difíciles. Cuando el grupo es homogéneo no será abstracta, y, por tanto, existirá una verdadera búsqueda de autenticidad. Cuando el grupo es una reunión anónima, como ocurre casi siempre en nuestras parroquias, la oración comunitaria sigue siendo una pedagogía de la acción exigida a cada cristiano. Ninguna acción proporcionada al nivel del grupo en sí mismo puede responder a la oración. Por tanto habrá que preocuparse más de que la oración comunitaria no esté totalmente separada de las preocupaciones de la vida diaria del mundo profano. La oración puede ser entonces la lectura en profundidad de lo que cada uno vive con relación al plano de su conciencia social. Cuerpo eclesial y oración universal Queda un tercer nivel: el de la oración universal de la Iglesia, en la que participa cada comunidad. La Iglesia se preocupa, en virtud de su catolicidad, por la humanidad entera. La Iglesia pesa sobre la opinión pública, es un dato de nuestra historia actual, tanto por sus opciones como por sus omisiones. Existe un testimonio de la Iglesia como organismo universal que no abarca exactamente la suma de los testimonios individuales; es de otro orden. La acción que corresponde a ese otro orden es infinitamente más difícil de lograr que la modalidad universal de la oración. Tenemos que imaginar una acción que no traicione la extraordinaria amplitud de tal oración. El cuerpo eclesial debe testimoniar como tal la autenticidad de la oración que dirige a Dios. ¿Es posible para una comunidad religiosa hacer otra cosa que remitir a los hombres a su verdad profana? ¿Su acción puede ser otra que la profética? El peligro es encerrarse en la palabra, ya sea oración o exhortación. Quizá habría que repensar la articulación entre el mundo profano, que es el horizonte de toda acción humana, y la profundidad religiosa o cristiana de toda acción profana que se abre al combate por el advenimiento de una sociedad menos inhumana. Profetismo en la medida en que las iglesias no se comprometen con las injusticias políticas y sociales, profetismo igualmente en la medida en que la palabra evangélica incita sin cesar hacia adelante el «deseo» humano y lo orienta hacia una utopía. CONCLUSIÓN La oración cristiana es descentrarse, salir de la propia preocupación para entrar en la de Dios, manifestada en Jesús. Su originalidad consiste en no sacarnos de la historia para volcarnos en una contemplación del rostro eterno en Dios, sino en hacer nuestro el deseo de Dios sobre este mundo; brevemente, en dar consistencia humana a este deseo. Por eso pensamos que es imposible separar dentro del cristianismo la oración y la acción que la autentifica. El drama actual de las iglesias, entre otros, es no aceptar esta dialéctica y mantener unidades artificiales en el orden de la oración, mientras no existen en la vida concreta. La cuestión no es de ninguna manera que las iglesias se entreguen a una acción que sustituya las diferentes instancias, políticas, culturales o económicas; se trata más bien de incitar a las iglesias a tomar en serio la unión entre toda acción humana, necesariamente profana, y su aspecto explícitamente «teológico», de cual uno de los modos de revelación es la oración. Querer separar oración y acción es rechazar la originalidad propia del cristianismo, que es manifestar la Trascendencia y alcanzarla en el corazón de las mediaciones humanas. El sentido último es el central, porque jamás existe independientemente de los sentidos particulares. La oración, en su orden, establece un lazo vital entre lo último y lo concreto: no existe, pues, de manera auténtica, sino en la medida en que dice una realidad histórica y conduce a una acción no menos histórica. La intuición cristiana es en todos los niveles la misma que nos revela la encarnación del Hijo de Dios.
CLAVES PARA ORACIONES EFECTIVAS
Hablaremos sobre Recibir lo que Dios tiene.Debemos estar preparados para sorpresas porque al orar para recibir, debemos recibir lo que Dios tiene para darnos y, tal vez, no sea lo que nosotros le estamos pidiendo. Recuerde que Dios no pone su mirada en nuestras peticiones sino en nuestras verdaderas necesidades.¿Qué cree usted que el mendigo pensaba sobre su necesidad y petición? Él pensaba que necesitaba dinero. Es más, la gente del lugar, durante cuarenta años, al darle dinero, le estaba diciendo que lo que él necesitaba era eso: Dinero.Hoy en día, hay personas que sí pueden trabajar, pero se comportan como personas que no tienen la posibilidad de hacerlo porque creen en su mente y en su corazón, que lo que necesitan es dinero y que otras personas se lo deben dar.Pedro y Juan nos recuerdan que nuestra relación es con las personas, no con sus necesidades. Como cristianos debemos relacionarnos con las personas y no, aunque en ocasiones es más fácil, con sus necesidades porque, al verlas desde esta perspectiva, podemos estar contribuyendo a que las personas se acostumbren a ser mendigas y nosotros simplemente a dar limosnas. Cuando le pido a las personas, por mucho que me den, limosnas tendré; pero cuando le pido a Dios, por poco que me dé, provisión tendré.Pedro y Juan, que muchas veces habían pasado por ahí no llevaban dinero. Es probable que fueran también a pedírselo a Dios, uno puede entrar a la presencia del Señor y pedirle, esa puede ser parte de nuestra oración. Observo continuamente, cómo en el tiempo de alabanza, tras ser llevados a un punto de adoración y exaltación a Dios, las personas se desmotivan por no encontrar nada para sí mismas.En muchas oportunidades las personas se quedan ancladas en lo que desean y no en lo que Dios tiene para ellas. Están convencidas que lo que necesitan es esto o aquello, pero Dios puede sorprendernos.““No tengo plata ni oro”, declaró Pedro, pero de lo que tengo te doy”.Hechos 3:6a¿Cómo darle dinero a alguien si no tengo? Cuando esté en contacto con las personas se dará cuenta que muchas veces las necesidades no son de cosas materiales, aunque las estén pidiendo. El problema aquí es la actitud, un problema de fe, un problema de posicionamiento en Cristo Jesús o de desconocimiento de las razones por las que Dios permite que pasen ciertas cosas, un aspecto íntimamente relacionado con la madurez espiritual.Es de suponer que el hombre se haya quedado estupefacto ante la respuesta de Pedro y, tal vez, bastante decepcionado pero, sucedió algo extraordinario.“En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron fuerza”. Hechos 3:6b-7Recuerde que debe orar para recibir lo que Dios tiene y que puede ser algo muy diferente a lo que usted esté pidiendo.Nuestras oraciones tienen respuestas porque las hacemos en el nombre de Jesucristo y porque pedimos en la voluntad del Padre. Algo es claro, este hombre estaba pidiendo dinero y lo que necesitaba era una sanidad, con más de cuarenta años en esta situación, no se le había ocurrido que podía dejar de ser lisiado.Lo que Pedro vio a través del Espíritu Santo, fue que este hombre lo que necesitaba era ser sano y su condición pudiera ser transformada de un mendigo a un trabajador útil a sí mismo, a su familia y a su sociedad.Muchos se han acostumbrado a sus limitaciones y necesidades, pueden ser espirituales, llagas emocionales o físicas. Han estado durante tanto tiempo que creemos que no pueden ser sanadas y nos limitamos a ponerle pañitos de agua tibia. A este hombre, día tras día, lo situaban allí y es muy posible que se le hubiera convertido en un negocio.Cuando nos hallemos frente a una persona con estas características, debemos discernir, a pesar de sus lágrimas y sus dolores, qué es lo que realmente necesita. Pedirle al Espíritu Santo, que nos muestre sus verdaderas necesidades para poderlas ayudar desde la perspectiva y propósito de Dios.Usted debe definir cómo va a caminar su vida cristiana, ¿al lado de los oradores o al lado de los mendigos? Ambos serán salvos, pero su condición sobre esta tierra va a ser muy diferente. Aquí no estamos hablando de salvación, estamos hablando de provisión.¿Qué estaba pidiendo este hombre? Dinero. ¿Qué le dieron? Sanidad. ¿Era lo qué él realmente necesitaba? Sí, aunque él no lo sabía. A veces, estamos tan apegados a ciertos anhelos o cosas y Dios no nos responde por esa oración específica, por el contrario, nos da muchas y mejores cosas según su voluntad. Por ejemplo: Señor lo que yo necesito es un empleo, pero Dios lo que le está dando es tiempo para que lea la Biblia por primera vez en su vida.Otro asunto de relevancia, es el ejemplo de cómo usted se acerca a Dios, porque generalmente, sus discípulos lo imitarán. Si somos personas que constantemente estamos mendigándole a los hombres, como líderes vamos a ejercer un liderazgo negativo porque todas las personas que nos siguen van a actuar como nosotros. Por el contrario, si usted es de esos oradores que no se levantan de su oración hasta que Dios le responde, así van a ser las personas que usted va a engendrar en el Espíritu Santo para la gloria del Señor.No suframos de estrabismo espiritual, con un ojo miramos a Dios y con el otro miramos a los hombres, a ver dónde encontramos respuesta primero. Espere y confíe que la respuesta de Dios es la correcta, así Dios le responda con algo que usted no le está pidiendo, pues Él sabe lo que es mejor para nosotros y usted debe recibir agradecido lo que Dios tiene para darle. Vamos ahora a conocer algunas claves para que sus oraciones sean efectivas. Recuerde, una clave es un código de ingreso.
Orador es la persona que pide y ruega. Nosotros oramos y le pedimos a Dios. Antes, como dice el apóstol Pablo, en 1 Corintios 12, cuando éramos llevados en medio de nuestra ignorancia a los ídolos mudos, le orábamos a cualquier cosa y hasta creímos que nos respondían. Sin embargo, ahora que estamos con el único y verdadero Dios, debemos recordar que somos personas que oran y ruegan pero sólo a Dios.
Al ver un alpinista o un escalador podemos compararlo con el orador, pues la oración al igual que ellos es muy dinámica. No se trata de concentrarnos y entrar en un éxtasis, aunque se pueden vivir las dos situaciones durante la oración; se trata más bien de un dinamismo basado en la interacción entre Dios y la persona que ora, sea hombre o mujer, anciano o niño, lleve muchos años con el Señor o pocos.
No se trata de claves de antigüedad sino de situaciones que hay que tener en cuenta en el momento de orar, es importante entender esto para poder recuperar o ascender en la intensidad de la oración y no abandonarla jamás.Lo principal es nuestro contacto con Dios, porque necesitamos entender que sólo Dios nos puede responder. Dios no debe ser nuestro último recurso sino nuestro único recurso, a Dios le agrada eso. Podemos estar en medio de un avivamiento de oración y pasar desapercibido para nosotros.
La vida de un creyente debe ser una vida de oración. No es lo excepcional, debemos anhelar tiempos de oración diarios constantes, tiempos de oración personal. Los tiempos colectivos de oración y los tiempos personales de oración se complementan pero no se pueden remplazar los unos por los otros.
Los apóstoles estaban muy comprometidos, habían recibido un ejemplo de oración del Señor Jesús, estuvieron a su lado mientras Él estuvo en su ministerio terrenal. Él les habló de la oración pero también lo vieron orando y seguían su ejemplo en el templo o en cualquier lugar.
El libro de Hechos de los Apóstoles, en su capítulo tres, nos ilustra al respecto. Un poco antes, en el capítulo dos, ya habían sido llenos del Espíritu Santo y para una persona que es templo del Espíritu Santo se le hace necesario orar.
No es nuestra intención decirle cuánto tiempo debe orar, ni de qué forma o posición física, si arrodillado, acostado o sentado, ni donde lo debe hacer. Voy a hablarle de claves para que cuando usted esté orando encuentre las respuestas de Dios que está buscando.
Orador o mendigo
Debe definir si quiere ser un orador a Dios o un mendigo de los hombres. Buscando el significado de mendigo encontramos que tiene dos sinónimos: Limosnero y pordiosero. El mendigo se caracteriza porque ve en los hombres la solución a sus necesidades, al menos, en el contexto que vamos a ver.
El orador a Dios se diferencia ampliamente de la persona que se comporta como un mendigo en el ámbito cristiano. Ésta es la primera clave: Saber si usted es un orador a Dios o un mendigo de hombres.
“Un día subían Pedro y Juan al templo a las tres de la tarde, que es la hora de la oración”. Hechos 3:1Iban los dos apóstoles, dos cristianos normales que quieren orar en el templo. En aquella época había ciertas horas del día dedicadas para la oración en el templo. Dividían el día en cuatro vigilias de tres horas cada una y se establecían tiempos dentro de esas cuatro vigilias para orar en el templo.
Usted podrá preguntarse ¿Tiene que ser a las tres de la tarde o dentro de esos tiempos en las vigilias? No. Eso no es lo importante para Dios, Él no tiene hora, ni fecha, ni calendario, cuando usted necesite orar lo puede hacer en el lugar en donde esté. En este caso son muy específicos, ellos estaban yendo al templo porque su misión era ir a orar allí en ese momento.
“Junto a la puerta llamada Hermosa había un hombre lisiado de nacimiento, al que todos los días dejaban allí para que pidiera limosna a los que entraban en el templo”. Hechos 3:2
Tenemos el templo, tenemos las personas, tenemos a Dios que se supone los escuchaba. Pedro y Juan son oradores a Dios.
Tristemente, algunos llegan al cristianismo y al templo para que la gente que entra les solucione sus necesidades. ¿Somos oradores a Dios o mendigos de hombres?
Hagamos caso a lo que dice el Señor Jesús, entremos a nuestro lugar secreto y Dios que escucha lo que decimos en lo secreto nos recompensará en público.¿A través de personas? Posiblemente ¿A través de personas? Posiblemente, Dios puede escuchar su oración: “Señor, tengo esta necesidad, ¿me puedes ayudar por favor?”. Y Dios puede mover el corazón de una persona para que esa oración que usted ha hecho sea respondida.
Debo definir entonces, si soy como Pedro y Juan que entran a la presencia de Dios porque sabían claramente que Dios es el que soluciona todos los problemas o soy como este hombre que tenía un problema, estaba enfermo de nacimiento y parece ser que todos los días lo dejaban allí en esa puerta llamada Hermosa, para que le pidiera limosna a los que entraban al templo.
Esta última, es la característica de un mendigo de hombres, actitud que puede hallarse en nuestros corazones cuando nos quejamos delante de los hombres con el fin de provocar lástima.
Seguro que Pedro y Juan tenían sus necesidades: Espirituales, emocionales y materiales, pero ellos entraban en la presencia de Dios y veían sus respuestas. Sin embargo, este hombre estaba allí desde su nacimiento y se había convertido en alguien que provocaba lástima en la gente. Además, su situación era paupérrima, era un lisiado, tenía un grave problema.
Todos podemos tener necesidades pero, ¿cuál es nuestra actitud? ¿Colocamos la vista sobre las personas que creemos que nos pueden ayudar a solucionarlas? Si este es el caso, estamos perdiéndonos la gran oportunidad de que sea Dios el que nos supla directamente.
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.Juan 14:6.
La verdad… está en Jesús.Efesios 4:21.
Jesucristo… es el verdadero Dios, y la vida eterna. 1 Juan 5:20.
El Devocional Diario – “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (6)
Esta declaración de Jesús no se presta a ningún equívoco. Es clara, corta y contundente. Pero también es profunda e ineludible. En efecto, Jesús no vino a mostrar un posible camino hacia Dios; él mismo es el camino para ir al Padre. Jesucristo no ofrece una posibilidad de salvación entre otras igualmente válidas, sino que se presenta como el único Salvador. ¿Es el Salvador del lector?
Mucha gente busca la verdad, pero como hay tantas religiones y sectas que dicen poseerla, ¿cómo saber quién tiene razón?
La respuesta es sencilla. La salvación no se halla en una «iglesia» y menos en una secta, sino en una persona: Jesucristo. Él es el camino para ir al Padre, porque él mismo vino del Padre. Él es la verdad, porque revela a Dios en su esencia, que es luz y amor. Él es la vida, porque dejó la suya para que nosotros podamos recibir su vida nueva de Hombre resucitado.
Puesto que Jesús es el camino, debemos seguirlo; por ser la verdad, debemos creerla; y puesto que es la vida, debemos recibirla. Emprender este camino exige que uno se aparte de «su propio camino» para volverse hacia Jesús: es la conversión. Entonces, el que cree recibe la vida mediante un nuevo nacimiento espiritual; y esta vida debe ser alimentada por la Palabra de Dios
El ESCUDO
“Los que temen al Señor, confien en El. El es su ayuda y su escudo.”Salmos 115:11
De todos los imperios de la antiguedad, el mas poderoso y militarmente completo fue el de Roma. Ademas de tener una de las mejores milicias del mundo, tenia algunas armas sorprendentes para su epoca.
Hoy es comun ver los tanques que protegen a la infanteria cuando avanzan en una operacion militar. Pero hace 2000 años, no existian. Y la lluvia de flechas que era la antesala de las batallas cuerpo a cuerpo, producian enormes y terribles bajas en cada bando.
Los romanos habian diseñado un sistema de defensa para su infanteria que era de avanzada. Formaban grupos de 20 soldados, y usaban sus escudos para formar un techo y una pared lateral a la formacion que avanzaba. Durante la lluvia de flechas, avanzaban en forma de tortuga y evitaban muchisimas bajas. Para esos soldados,su mejor proteccion era su escudo.
El salmista vivio mucho tiempo antes que Roma desplegara este poderio militar, pero aun en esa epoca, usaban el escudo como elemento de defensa. Un soldado sin escudo era un soldado condenado a muerte.
En este siglo tan avanzado, con tanta tecnologia, con tantos inventos superpoderosos y nuevas armas, el escudo parece un elemento de museo, pero sigue dando utilidad. Lo usa la policia en cada manifestacion, cuando las cosas se ponen dificiles.
Pero hay un escudo que es infalible. Es una proteccion sin igual para todos los momentos de la vida. No es una proteccion parcial, es totalmente integral. Dios es tu escudo.
En medio de esta sociedad tan violenta y conflictuada que vivimos, Dios es tu escudo. Para toda la tristeza que tenes en el alma, Dios es tu escudo. Para la angustia por los problemas cotidianos, para la falta de trabajo, para la enfermedad que golpea tu casa, para la soledad que no te deja dormir de noche, para las dificultades que tecierran los caminos, para cuando te fallan los amigos, para cuando nohay nadie que te consuele, Dios es tu escudo.
No avances por la vida sin escudo. Busca la ayuda de Dios. El nunca te deja solo. El nunca te deja abandonado a tu suerte. Si de verdad le temes, y lo respetas, si Dios es en quien confias, El es tu escudo y tu ayuda. Para tu momento dificil, no busques en otro lado. Cualquiera sea tu problema, por mas grande que te parezca, aunquecreas que no hay solucion ni salida, Dios es tu escudo, tu unico escudo real.
Dios te defiende y te protege. No hay de que temer.

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