sábado, 12 de diciembre de 2009

¿QUIÉN ES Y QUÉ HACE EL ESPÍRITU SANTO?




Primer mometo: VER

Escribir en papeles las siguientes preguntas que se harán a 10 personas diferentes

1. ¿Qué sabes del Espíritu Santo?
2. ¿Quién es el Espíritu Santo?
3. ¿Qué hace el Espíritu Santo?

Se organizará al grupo en tres equipos harán el vaciado de la encuesta y los resultados de cada respuesta se pondrán en común.

Segundo momento: ILUMINAR

Enseguida se les dará a leer el siguiente documento y responderán a las preguntas que se encuentran al final del mismo:

EL ESPÍRITU SANTO EN LA BIBLIA

1. La acción del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento.
En el AT no aparece con claridad el carácter personal del Espíritu Santo, sino como el Espíritu de Yahvé o Espíritu de Dios (Is. 11,2). Es la virtud y la fuerza divina que realiza cosas admirables en su acción en el mundo y en la historia. Es el Espíritu creador, y como fuerza divina se manifiesta de manera especial en la producción y conservación de la vida. (Ez. 11,19; Jer 31,33; Is 32, 15-20).
El Espíritu de Dios está lleno de poder actuando en la historia. Se comunica a algunos hombres particularmente elegidos, que reciben la misión de llevarla adelante. Da fortaleza a los héroes, llena de sabiduría y prudencia a los jefes políticos y religiosos; particularmente habla por los profetas, hombres del Espíritu.
El Espíritu de Yahvé descansará sobre el futuro Mesías, ungirá al profeta esperado (Is. 11,1; 42,1; 61,1).
Después del fracaso de la Alianza Sinaítica, un resto será salvado, pero la fidelidad de la Alianza de Dios con los hombres queda garantizada con la promesa del Espíritu (Is. 19,21) que se derramará sobre todos, siendo éste un signo del cumplimiento de los tiempos mesiánicos (Jl 3,1-5).
Se identifica al Espíritu con la Sabiduría que hace actuar al hombre con justicia y rectitud (Pr 1,23; Sb. 1,6; Qo 12,7).

2. La plenitud del Espíritu Santo en Jesús.
La plenitud del Espíritu Santo se manifiesta en Jesús: en su persona, en su misión y en sus promesas.
Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo (Lc. 1,35); después del bautismo bajó el Espíritu Santo sobre Él (Mt. 3,16). Lleno del Espíritu Santo volvió al Jordán y fue llevado al desierto donde fue tentado durante cuarenta días (Lc. 4,1-2). Por la fuerza del Espíritu Santo volvió a Galilea (Lc. 4,14), y en la Sinagoga de Nazaret, al leer un pasaje del profeta Isaías, dijo a sus oyentes que la Escritura que acababa de proclamar se cumplía en Él (Lc. 4,17-21), tomando conciencia de anunciar la Buena Nueva a los pobres. Dios había ungido a Jesús con Espíritu Santo y con poder (Hch 10,38), para que realizara su misión de instaurar el Reino, de liberar, sanar, etc.
El Espíritu Santo acreditó a Jesús con milagros, prodigios y señales (Hch. 2,33), y lo consagró para realizar su oblación sacerdotal (Hb. 9,14); así el Espíritu Santo, presente en la misión de Jesús, es al mismo tiempo el fruto primero del sacerdocio de Cristo.
El mismo salvador es el que ratifica y aclara todas las promesas anteriores sobre el Espíritu Santo; nos lo revela como persona, nos habla de su presencia permanente en la Iglesia, de su acción y de la necesidad que tenemos de Él (Jn 14,16-17.26; 16,7.13; 15,26; Hch 1,8; 1,4-5).
Cristo al morir en la Cruz entregó el Espíritu, el Padre no lo abandonó al poder de la muerte, sino por el poder del Espíritu lo resucitó y lo constituyó Señor y Salvador (Fil 2,9-11, Hch 2,36; Rm 8,11; Mt. 27,50; Jn. 20,22; Hch 2,39)

3. La acción del Espíritu Santo en la Iglesia.
Pentecostés
Ese día se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se posaron sobre ellos y quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía expresarse (Hch. 2,1-4).
Esto era lo que había dicho el profeta: “sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán sus hijos y sus hijas, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos sueños. Yo sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu” (Hch 2,17-18).
El mismo día de Pentecostés, Pedro les contestó a los que le preguntaron que habrían de hacer: “Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo y recibiréis el Don del Espíritu Santo” (Hch 2 37-38).

El Espíritu Santo en la Iglesia naciente
Después de Pentecostés, la intervención del Espíritu Santo se continuó en los apóstoles y en las comunidades cristianas santificando a sus miembros, edificando en ellos la Iglesia e imprimiéndoles el dinamismo misionero de la fe y de la caridad que, en pocos años, llevó la difusión de la Buena Nueva de Jesús, el Señor resucitado, el Nuevo Camino.
Los Apóstoles se sienten en perfecta solidaridad con el espíritu que los anima. Pedro declara ante el Sanedrín que ellos y el Espíritu Santo son testigos del Señor resucitado (Hch 5,32). Toda la acción apostólica es, al mismo tiempo, acción del Espíritu Santo que ilumina, dirige y opera a través de ministerios y carismas que distribuye a todos según quiere (1 Co. 12,4-11; Ef 4,11-16).
Es el Espíritu Santo quien enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús había dicho (Jn. 14,26). También enseña que era necesario que Cristo sufriera y resucitando primero de entre los muertos, anunciara la luz a los judíos y a las naciones paganas; colma de consuelo a la Iglesia que se edifica en el temor del Señor (Hch 9,31).

El Espíritu Santo en la Iglesia que perdura
El Espíritu Santo derrama sobre los creyentes sus dones y carismas a profusión para edificación del mismo Cuerpo y común utilidad.
Los carismas que concede a aquellos a quienes Él mismo pone a regir la Iglesia de Dios (Hch. 20,28) son para que puedan realizar la amplia misión que Cristo les confió de anunciar la Buena Nueva y hacer discípulos a todas las naciones, y de santificar bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28,18-19), de perdonar los pecados (Jn 20, 22-23), de renovar en memoria suya el sacrificio Eucarístico y de apacentar la grey en su nombre.
Sobre los demás miembros de la Iglesia, también derrama el Espíritu Santo sus dones con profusión para que realicen su vocación a la santidad y su propia misión en corresponsabilidad con toda la comunidad creyente (1Cor 12,4-7). La intervención del Espíritu Santo en la Iglesia, no ha cesado en ella a lo largo de los siglos.

El Espíritu Santo en la misión de Evangelizar.
El principal impulsor de la evangelización es el Espíritu Santo, quien fue enviado por el Padre y Jesucristo a la Iglesia, para que ésta cumpla en el mundo el mandato de evangelizar a toda criatura. Así, iluminada con la luz y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, la Iglesia continúa y desarrolla en paso de los siglos la misión del propio Cristo, ungido por el Espíritu del Señor para evangelizar a los pobres:
“Con esta misión continúa y desarrolla en el decurso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia, a impulsos del Espíritu Santo debe caminar por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación propia hasta la muerte, así caminaron en la esperanza todos los Apóstoles, que con múltiples tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta a la pasión de Cristo en provecho de su Cuerpo, que es la Iglesia. Muchas veces fue también semilla la sangre de cristianos”. (Documento del Vaticano II: Ad Gentes, 1,5).
El Espíritu da testimonio de Jesús; actualiza el Evangelio, lo interpela y lo da a experimentar de modo que la misma persona de Cristo y toda su obra brillen en toda la verdad.
El Espíritu Santo convierte a los creyentes en Testigos. Él es la fuerza de lo alto para que todos los discípulos den testimonio en Jerusalén, en toda Judea y Samaria hasta el último confín de la tierra y Él es el que convierte, en profetas, sacerdotes y da la capacidad de regir, a todos los cristianos y les da la facultad de anunciar las maravillas de Dios (Hch 2,17; 19,6; 1Pe 2,9; LG 4.35).
Para ello el Espíritu Santo distribuye en todos los miembros de la Iglesia abundancia de dones como Él quiere. Esos carismas, el Espíritu los concede no sólo a los miembros de la jerarquía, sino también a los laicos a quienes ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social, y se hagan valiosos pregoneros del Mensaje del Señor (LG 35; AA 1,3); carismas que son dados para el servicio de la comunidad. El Espíritu Santo concede a todos los miembros de la Iglesia libertad, seguridad y audacia en la proclamación del Evangelio (Hch 4,13; 29-31), un valiente no avergonzarse de Él (Rm 1,16) y un impulso a predicarlo sin temor (Rm 15,18-19).

Así, todo el poder el Espíritu es puesto por Dios al servicio del anuncio y construcción del Reino inaugurado por Jesucristo.

LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO

La palabra Espíritu es la traducción del término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad del Espíritu Santo, como viento, soplo de Dios (Jn 3,5-8).
En la Biblia encontramos diversos símbolos para expresar la presencia y acción del espíritu:
1. El agua.
El simbolismo del agua se expresa para significar la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, como signo del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se realiza en el agua, en el útero materno, así el agua bautismal posibilita el nacimiento a la vida del Espíritu. El Espíritu es como un manantial que brota en nosotros como signo de una vida nueva, hasta la vida eterna, como le dice Jesús a la samaritana (Jn 4,10-14).



2. La unción con aceite
La unción con óleo –aceite- es también un signo del Espíritu Santo hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1Jn 2,20.27); 1Cor 1,21). Al igual que Jesús es llamado Cristo, por ser ungido por el Espíritu Santo, también los cristianos son ungidos en algunos sacramentos: Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal, Unción de enfermos.

3. El fuego
Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida nueva dada por el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de la acción del Espíritu Santo. Juan Bautista, cuando anuncia a Jesús, dice que Él “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3,11). El mismo Jesús dirá refiriéndose a la fuerza del Espíritu: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya ardiendo”. (Lc. 12,40). El Espíritu Santo se posó sobre los apóstoles el día de Pentecostés en forma de “llamas de fuego” (Hch 2,3-4). Por eso dirá San Pablo a los cristianos: “No extingáis el Espíritu” (1Tes 5,29).

4. La nube y la luz
En el Antiguo Testamento, la nube unas veces oscura y otras luminosa, se emplea para expresar la manifestación de Dios, por ejemplo: Moisés en el monte Sinaí (Ex. 24,15-18), en la Tienda de la reunión (Ex 33,9-10), y durante la marcha de los israelitas por el desierto (Ex. 40,36-38).
En el Nuevo Testamento, también aparece la nube para expresar la presencia y acción del Espíritu: desciende sobre María y la cubre “con su sombra” (Lc 1,35), para que conciba y de a luz a Jesús; en la montaña de la transfiguración, “vino sobre una nube y cubrió con su sombra” (Lc 9,34-35) a Jesús, Moisés y Elías, a Pedro, Santiago y Juan, invitando a escuchar a Jesús; la nube finalmente es la que “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascención (Hch 1,9).

5. La mano
A ejemplo de Jesús, que cura a los enfermos imponiéndoles las manos (Mc 6-5) y bendice a los niños (Mc 10,16), los apóstoles hacen lo mismo en su nombre (Mc. 16,18). Y a partir de entonces, la imposición de manos sirve como signo de la venida del Espíritu sobre alguien o sobre algo. La Iglesia ha conservado este signo en la ordenación de los diáconos, sacerdotes y obispos, y en los momentos importantes de los sacramentos, cuando se pide a dios que envía su Espíritu sobre el pan y vino o sobre la comunidad.

6. El dedo
En el Antiguo Testamento, dice el libro del Éxodo que la ley fue escrita en tablas de piedra “por el dedo de Dios” (Ex 31,18). Jesús, expulsa los demonios “por el dedo de Dios” (Lc 11,20). San Pablo nos dirá que el Testamento de Cristo entregado a los apóstoles “está escrito no con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del Corazón” (2Co 3,3).

7. La paloma
Al final del diluvio –que es el símbolo del Bautismo-, la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, como signo de que la tierra vuelve a ser habitable de nuevo (Gn 8,8-12). Cuando Cristo sale del río Jordán en el que ha sido bautizado por Juan Bautista, dice Marcos que el Espíritu Santo, en forma de paloma, “bajó y se posó sobre Él” (Mc 3,16). Por eso el símbolo de la paloma es el más empleado en las obres de arte cristianas para simbolizar al Espíritu Santo.

ü ¿De qué se trató la lectura?
ü Anoten tres ideas que más les hayan llamado la atención.
ü ¿Cuáles son las formas o símbolos con se representa al Espíritu Santo?


Tercer momento: ACTUAR
Se repartirá a cada uno de los participantes una tarjetita con un símbolo del Espíritu Santo y se les pedirá que traten de explicar a uno de sus compañeros de grupo porque el Espíritu Santo está representado así. Tomará conciencia de que es Testigo de la Resurrección de Jesús por medio de la fuerza y el impulso del Espíritu Santo.
Conviene en este momento ambientar el lugar con letreros y los signos del Espíritu Santo.
Para terminar este momento se creará un ambiente de oración y se terminará con un canto.

Pregunta: "¿Quién es el Espíritu Santo?"Respuesta: Hay muchos conceptos erróneos sobre la identidad del Espíritu Santo. Algunos ven al Espíritu Santo como una fuerza mística. Otros entienden al Espíritu Santo, como el poder impersonal que Dios pone a disposición para los seguidores de Cristo. ¿Qué dice la Biblia acerca de la identidad del Espíritu Santo? Puesto en una manera sencilla – la Biblia dice que el Espíritu Santo es Dios. La Biblia también nos dice que el Espíritu Santo es una Persona, un Ser con una mente, emociones, y una voluntad.El hecho de que el Espíritu Santo es Dios, es visto claramente en muchas partes de las Escrituras, incluyendo Hechos 5:3-4. En este versículo, Pedro confronta a Ananías por haber mentido al Espíritu Santo, y le dice que él “no había mentido a los hombres sino a Dios”. Es una clara declaración de que mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios. También podemos saber que el Espíritu Santo es Dios, porque El posee los atributos o características de Dios. Por ejemplo, el hecho de que el Espíritu Santo es omnipresente, lo vemos en Salmos 139:7-8 “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás”. Luego, en 1ª Corintios 2:10 vemos la característica de la omnisciencia del Espíritu Santo. “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios”. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”Podemos conocer que el Espíritu Santo es en verdad una Persona, porque El posee una mente, emociones y una voluntad. El Espíritu Santo piensa y sabe (1ª Corintios 2:10). El Espíritu Santo puede ser afligido (Efesios 4:30) El Espíritu intercede por nosotros (Romanos 8:26-27). El Espíritu Santo hace decisiones de acuerdo con Su voluntad (1ª Corintios 12:7-11). El Espíritu Santo es Dios, la tercera “Persona” de la Trinidad. Como Dios, el Espíritu Santo puede funcionar verdaderamente como el Consejero y Consolador, como Jesús prometió sería (Juan 14:16, 26; 15:26).


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